domingo, 6 de abril de 2014

miércoles, 18 de junio de 2008

Nuestro rinconcito

Son tantísimos los recuerdos, las anécdotas, las vivencias compartidas contigo yayo...

Es por eso que necesitamos este pequeño espacio, este rinconcito para encontrarnos contigo de vez en cuando y echar unas risas, también unas lagrimillas al recordarte cantando por el pasillo de la planta baja, relatándonos tus batallitas, ensayando en voz alta tus poemas...

Aquí coincidiremos los que te echamos de menos para hablar de ti... y contigo.

Muchos besos desde aquí abajo.

Tu nieto Jose.



Mis recuerdos (Jesús Sánchez García)


Mis recuerdos del Sr. Ramon me acompañan desde mi niñez. Y digo “Sr.” porque, bien por buenos modales, o porque lo veía mayor que yo, le ponía siempre el “Sr.” delante del nombre.


Muy asiduamente, sobre todo algunos sábados y en época de vacaciones, iba a casa de Lolin. Unas veces me quedaba a comer, otras, las más, pasaba allí la tarde. O simplemente, cada vez con menos frecuencia conforme me hacía mayor, pero sin perder la costumbre, seguía visitándola. Lolin, además de ser mi prima, es mi madrina, casada con “Ramonet”, hijo del Sr. Ramon. Vivían en una planta baja, no muy lejos de mi casa en la Avenida del Puerto. Hablo de los primeros años de mi infancia, lugar y tiempo a los que me remito y ubico estos recuerdos.

Tras llamar al timbre de la puerta, se dejaba ver a través de la puerta encristalada en la mitad superior, el largo pasillo por el que venían a abrir. Ese largo pasillo que comunicaba la entrada con el fondo de la casa, se utilizaba para colgar los toldos de lona sobre los que, padre e hijo, pintaban los letreros publicitarios. “Cóm está, sr. Ramon?” – saludaba yo al entrar, pues era a él al primero que solia encontrar pintando. – “Pues ja veus, xiquet, castigat cara la paret”, me respondia el sr. Ramon casi siempre, sin apartar la vista de su trabajo, controlando su mano que sujetaba el pincel. Yo me quedaba de pié observandolos un buen rato, no perdiendo detalle de la precision con que diseñaban primero los trazos de las letras y luego, con gran aplomo de manos, rellenaban las letras con pintura utilizando los pinceles finos para los perfiles, y los más gruesos para el relleno. Trazos verticales y horizontales de una “T”, trazos inclinados de la “A”, o curvas para las “O”, las “D” o las “B”. Letras de todos los colores, letras de todos los tamaños y apariencias se sucedian en esos toldos de lona grandes y pequeños, claveteados en las paredes hasta que la pintura se secaba, y entonces limpiaban por encima para eliminar los trazos de los dibujos de las letras, y finalmente se doblaban para entregar.

Después de entretenerme mirandolos embobado, pasaba dentro, donde mi prima se dedicaba a tareas de la casa, cuando no ayudaba tambien a pintar, y como no, me preparaba la merienda que me tomaba en mi lugar favorito, en el corral. Este era un espacio descubierto en la parte trasera de la planta baja, con una pila lavadero a la izquierda, junto a la ventana de la cocina. rodeando las cuatro paredes, sobresalía una techumbre en forma de alero, suficientemente ancha para resgguardar las estanterias repletas de botes de pintura que permanecian en espera de ser utilizadas o en espera de deshacerse de ellos. Una puerta, al fondo derecha, daba a la calle, un callejon sin salida, junto a una escalera por la que se podia subir al tejadillo en el que mi prima tendia la ropa, y por el que me asomaba al callejon. Tanto la corta escalera como la terracita eran mis espacios favoritos exteriores, donde jugaba o leía los tebeos (comics se les llama ahora), Pulgarcito, DDT, Jaimito y, sobre todo, las aventuras del Capitan Trueno, mi héroe de la infancia, aventura completa a todo color que venia en las páginas centrales de Pulgarcito. Por otra parte, cada semana me compraba el cuaderno último editado de las aventuras del Capitan Trueno, cuadernos que continuaban de una semana a otra. No se me han olvidado esos recuerdos, como tampoco la melodia que durante mucho tiempo coincidía emitir la radio mientras leía las aventuras de mi héroe (que rivalizaba con las aventuras del hombre enmascarado y el guerrero del antifaz). esa música era la cancion "Una picolísima serenta". todavía no habian aparecido The beatles en mi vida.

Pero había otra música que venia de dentro de la casa, del pasillo, cuando el sr. Ramon, muy aficionado a la lírica, recitaba "a capella" arias y romanzas de su amplio repertorio. Yo disfrutaba mucho oyendolo cantar, con voz cultivada, sin soltar los pinceles, a menos que tuviese que dar una nota larga y sostenida, y entonces se giraba como dirigiendose a su publico. Tal vez mi aficion a la música clasica naciera de oir sus romanzas en temprana edad, tal vez tambien por la aficion que me inculcó mi madre, o por la disposicion de mi tio Vicente (padre de mi prima Lolin), que tenia una gran coleccion de discos de musica. Tendría que sumar, pues, las tardes enteras que, sentado a su lado, escuchábamos microsurco tras microsurco, las obras de los autores mas variados. Estoy convencido que mi cultura musical nació de esos tiempos y espacios, que yo no quise perder, que seguí cultivando tanto en cuanto mi sensibilidad supo captar.

Bueno, solo son recuerdos, pero los recuerdos nos hacen eternos mientras estan en la mente de otros, y es mi deseo que perduren en la memoria de todos porque, de ese modo, se cruzaran y enlazaran espacios y tiempos de unas personas con otras, por muy lejanos que lleguen a estar fisicamente en el espacio y en el tiempo en que vivieron. Fuí creciendo, mi cuerpo y mi mente fueron cambiando, pero mis recuerdos y los momentos vividos permanecieron, y ahora siguen vigentes, esa vida la tengo atrapada, me enrriqueció, la disfruté y me sigue alimentando.
- Fins un altre dia, Sr. Ramon - le decia al despedirme de vuelta a mi casa.
- Adeu, xiquet, así me trovaras, cara a la paret. - Me contestaba, sin apartar la vista del pincel ni del toldo.

Hay un cruce contínuo de tiempos y espacios entre contemporaneos allegados o extraños, tanto reales o mediante videos, por lecturas o por audiciones, entre personas, cosas o animales que han llenado ese espacio y ese tiempo llenandonos de imagenes y sensaciones. Aunque no existan ya en nuestro entorno, las seguimos "sintiendo" tan cerca y tan penetrantemente como cuando eran reales. ¿Reales? Es que nuestros recuerdos y nuestras vivencias no son reales?

Jesús Sánchez García


martes, 13 de noviembre de 2007

El yayo Ramón

Recuerdo los veranos, primaveras, otoños e inviernos que he pasado en Bétera con muchísimo cariño, sobre todo los veranos. Las reuniones familiares en Bétera eran muy frecuentes. Yo coincidía muchas veces con mi primo Chami y junto con Migue pasábamos ratos muy divertidos. A veces venía Jose Ramón y entonces ya eran tres los que se metían conmigo y me hacían trastadas, otras muchas veces jugábamos correteando por el chalet o metidos en la habitación de Migueloncho.

Recuerdo muy claramente muchos momentos en los que mientras yo correteaba por el chalet, entraba el YAYO RAMON con su sombrero, su sonrisa y su matojo bien grande de hierbas silvestres, manzanilla, rabo de toro, tomillo etc. y como no, con su gallato.

Recuerdo con mucho cariño su sonrisa y su pequeño tembleque de cabeza dándome un beso.
Pero sobre todo recuerdo con mucha mucha añoranza las cenas familiares de invierno, con la chimenea encendida y la mesa preparada para "cuarenta", el puchero de Navidad, la mesa para los niños a parte claro!

Y en la sobremesa el YAYO RAMON nos recitaba, de memoria, unas poesías largas muy bonitas en valenciano y con mucho mucho sentimiento.

Hay momentos y personas que nunca olvido y una de ellas es el YAYO RAMON aunque mi yayo no era, era el YAYO RAMON.

Irene


sábado, 3 de noviembre de 2007

Los Fuegos Fátuos

Mi padre me llevó en una ocasión con él a pintar en una fábrica de telas en Calamocha. Un día, el dueño le dijo a mi padre si quería pintarle el panteón de su familia para el 1 de noviembre (estábamos a finales de octubre). Para no perder tiempo en el trabajo fuimos a pintarlo de noche.

Cojimos todo el material, escalera incluida, y después de cenar salimos hacia el cementerio. No se encontraba muy lejos, pero estaba en lo alto de un promontorio y la visión que un niño de mi edad (andaría yo por los 15) tenía de un lugar como aquel se semejaba mucho a esas viejas películas de terror que nos tenían atemorizados a toda la chiquillería. Esa noche había luna llena, y su blanca luz incidía sobre las vallas y la puerta, dándole un aspecto, a mis ojos, terrorífico.

El sepulturero le había dejado a mi padre las llaves del cementerio y del panteón. Al abrir aquella verja, los goznes chirriaron de una manera que aumentó más aún el miedo que ya tenía.

Al entrar, a la izquierda, estaba el panteón. Era el único que había. Abrió mi padre la puerta y al entrar, sonaron nuestras pisadas a hueco, y esque los difuntos estaban debajo mismo de nosotros, en una bóveda.

Encendimos unas cuantas velas (no había electricidad) y un hornillo para calentar la pintura (hecha con un material que hacían hirviendo pieles de conejo, que soltaba una especie de gelatina que al secarse endurecía, y que vendían en forma de pastillas). Como necesitábamos agua me mandó ir a buscarla. Salí a por ella con un cubo y con bastante miedo, que todavía se hizo mayor al ver (al entrar, con el susto, seguramente no me había dado cuenta) como a unos 20 centímetros del suelo, una especie de niebla brillante formada por puntitos blancos.

Me quedé paralizado, sin fuerzas. Mi padre que no me quitaba ojo de encima, me preguntó qué me pasaba y yo le expliqué como pude lo que estaba viendo. Entonces vino hacia mí y me abrazó riendo. Me contó el motivo de tan extraño fenómeno. Me dijo que era el fósforo de los huesos enterrados allí, y que se les conocía como ‘fuegos fátuos’.

El miedo no se me pasó, pero el abrazo que me dió mi padre y el ánimo que yo le vi me calmaron bastante. Aunque después de tantos años (tengo ahora 75) sigo recordándolo como si de ayer mismo se tratase.

Tu hijo Ramón.


La Batalla de Flores

El mes de julio, en Valencia, se celebra con fiestas especiales: corridas de toros, concursos de bandas de música, una feria para disfrute de niños y de mayores, exibiciones aéreas, carreas de bicicletas, y muchas cosas más.

El final de todas las fiestas es una ‘batalla de flores’. Se trata de un desfile de carrozas financiadas por falleros y entidades oficiales o particulares.

La batalla en sí consiste en arrojarse flores unos a otros, desde las carrozas al público y viceversa. Es una guerra incruenta, alegre y festiva.

Todo lo escrito anteriormente es para explicar lo siguiente. Como siempre había muchísima gente en ese desfile, mi padre (que siempre llevaba a mis dos hijos a ver la batalla) cogía una pesada escalera de madera de unos dos metros de longitud que al abrirla formaba en la parte superior una pequeña plataforma de 30 por 60 centímetros. La llevaba sobre su hombro y marchaba caminando con ella y los dos críos unos dos kilómetros hasta la Alameda.

Luego nos contaba que la gente, al verlo, lo miraban sorprendidos y sonreían, pero cuando abría la escalera y los niños subían a lo alto, para acomodarse allí y ver sin ninguna molestia la cabalgata, la gente se le acercaba para pedirle que les dejaran subir a alguno de sus peldaños. Decía él que entonces ya no reían al verlo cargado con la escalera.

Siempre fue hombre fuerte y animoso.

Tu hijo Ramón.


La vigilancia

Mi padre solía invitarnos a muchos de sus viajes. Mayormente a mí y a mi hermana con nuestras respectivas parejas (mi mujer y mi cuñado).

No recuerdo por qué motivo, una vez invitó solo a mi cuñado a acompañarlo a Mallorca en un viaje de una semana. Mi hermana se quedaba en casa con los hijos, así que le pidió a nuestro padre que hiciera el favor de vigilar bién a su marido, pues su pillería era sobradamente conocida.

A la vuelta nos contó mi padre que lo habían pasado muy bien, pero que a Miguel (mi cuñado) lo había pillado en un par de ocasiones a punto de escabullirse de la habitación. Nos contaba que oyéndolo levantarse, le dejaba vestirse en la oscuridad por completo antes de encender la luz y descubrirlo con el pomo de la puerta ya en la mano, la ropa desconjuntada y los calcetines de distinto color.

Nos reímos todos mucho imaginando lo cómico de la situación, y mi cuñado, resignado, le confirmaba a mi hermana lo bien vigilado que había estado.

Tu hijo Ramón.


martes, 23 de octubre de 2007

De mi padre, recuerdo...

Se está hablando en estos días de la riada de hace veinticinco años (1982), y a mi memoria vuelve la riada del año 1957.

Estaba durmiendo cuando mi padre me despertó y lo vi con una vela en la mano diciéndome que me levantara enseguida, que ‘se había salido el mar’ (vivíamos en una planta baja).

Cuando me levanté y me asomé a la calle el agua estaba como a medio metro de altura. Dentro de la casa estaba seco, pero al poco tiempo empezó a entrar agua por el agujero de la cerradura de la puerta. En el corral, el desagüe empezó a escupir agua, lo mismo que la taza del water.

En la planta baja al lado de la nuestra había una carnicería regentada por un matrimonio. Tenían una criada sordomuda con el sueño muy profundo, y no había manera de despertarla. Al final se les ocurrió cojerle una mano y meterla en el agua.

Como el agua no paraba de entrar, tuvimos que subir al primer piso, con una escalera y cuerdas. Como no había luz, el carnicero subió mucha carne, pues se le iba a echar a perder. Así que estuvimos comiendo carne durante tres días, cocinada de distintas maneras. Todo un festín para las dieciocho personas que vivíamos en la finca.

Mi padre, con su buen carácter, nos alegraba con sus chistes y canciones.

La gente, a pesar de los años de su muerte, aún me comentan que guardan un grato recuerdo de él, por su simpatía y por su agradable trato con todas las personas. Siempre tenía alguna frase, anécdota o chascarrillo que les hacía reir y disfrutar de su compañía.

Tu hijo Ramón.

sábado, 6 de octubre de 2007

El Señor Ramón

Sonríe, siempre con el mismo gesto, canta, cara amable, nunca enfadado.

Alguna vez le oía recitar algunas de sus muchas historias que escribía, prosa y verso.

Recuerdo imborrable, que perdura impreso en una foto en blanco y negro.

Uno de sus poemas, escrito expresamente para la ocasión, me hizo ganar un premio (accesit se llamaba) en un concurso que se organizaba en mi colegio cada año. Yo tenía once años y estudiaba primero de bachiller.

Amparo
(El señor Ramón era el suegro de mi hermana)

jueves, 4 de octubre de 2007

Los Cachirulos

¿Te acuerdas yayo cuando te acompañaba (con 6 o 7 añitos) al viejo cauce del rio Turia, por el que todavía corría un mínimo caudal, en busca de la caña de bambú?

Es un recuerdo un tanto difuso, pero del todo imborrable.

Tendrías que ver en que se ha convertido ahora (una especie de Central Park, con inmensas construcciones dedicadas al ocio), el río dejó hace mucho de recorrer su cauce, y de las cañas de bambú nunca más se supo.

La caminata que nos pegábamos era antológica (se me antojaba a mí), sobre todo de regreso cargado como ibas con una buena recolección de cañas en un hatillo anudado a la espalda.

Ya de vuelta, en el corral, las mondabas a navaja hasta dejarlas bien pulidas. Las cortabas a la medida adecueda sobre el viejo y tosco banco de trabajo (cuyo cajón rebosaba oxidadas herramientas casi milenarias) y con una facilidad pasmosa, componías el armazón romboidal que acabaría convirtiéndose en un estupendo cachirulo.

Luego venía el proceso de encolar y montar el papel de llamativos colores sobre el bastidor. Y por último añadirle esa larga cola de hilo de palomar con los lazos también de papel de colores para darle estabilidad.

Eran los tiempos en que en la tienda vendíais de todo, desde vasijas de barro y cacharros de loza para el hogar, hasta artículos de plástico, algún que otro juguete y sobre todo, esos maravillosos y artesanales cachirulos.

Tu nieto Jose.

lunes, 1 de octubre de 2007

Tu viejo buró

No recuerdo cómo fue, pero me quedé con tu buró, aquel que ya compraste de segunda mano antes de la riada del 57. Riada que llenó de barro sus cajones y secretos recovecos.
Tu hijo (mi padre) estuvo de acuerdo, asi que, un buen día, lo sacamos entre los dos al corral de la planta baja y le pegué un buen repaso con la lijadora. Rasqué todo el barro que aún se acumulaba en algún rincón y curé como pude las heridas causadas por la termita. La capa de barniz le dio un aspecto rejuvenecedor, y la piel con que tapicé el escritorio le confirió un caracter más noble.

Si, me lo quedé yo, tu nieto, y bueno, tu ya sabes el uso intenso que le he dado. Ha vivido conmigo en cuatro casas y me ha visto escribir tres novelas y un libro de relatos cortos, amén de un gran número de poesías. Un buen uso, creo yo, siguiendo tus pasos de poeta y escritor de obras de teatro. No podía ser de otra manera.

Siempre que me siento frente e él, te recuerdo, y me asaltan imágenes de mi infancia, entrando a hurtadillas en tu habitación sin ventanas, pasando por delante del armario sin puertas y cubierto por aquella cortina de flores oscuras y tenebrosas que me daban tanto miedo. Me veo abriendo nerviosamente el cajón central de ese buró que era como un santuario para mi, y buscando con anhelo la cajita metálica pintada de amarillo con aquellas perlas azucaradas que tanto me gustaban. Me quedaba extasiado contemplando todo aquello que conformaba tu vida privada y personal... fotos de tus viajes, tarjetas postales de lugares remotos, y sobre todo, esos papeles amarillentos que contenían tus escritos, tus poemas...

El buró, ya lo ves, sigue siendo el mismo, sólo los contenidos han variado... aunque no del todo, como sabes.

Tu nieto Jose.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Yayo Ramón

COLONIA FRESCA AROMA SUYO, MIRADA DE CRISTAL AZUL SU MIRADA, SUS CUENTOS IMAGINADOS Y SUS OBRAS ESCRITAS, PEQUENAS Y TAN GRANDES QUE ME HACÍAN FACILMENTE REIR O LLORAR, SU CAMISA BLANCA, LIMPIA, GRANDE, SUS PANTALONES SIEMPRE DEMASIADO CORTOS DE LOS QUE ASOMABAN ESAS EXTRAÑAS BOTAS DE CAMINANTE INCANSABLE, SU PALO BUSCADOR DE MIL PLANTAS PARA TISANAS, SU TÉ, RABO DE GATO, TOMILLO, ROMERO, ATADILLO DE CARIÑO Y QUE NO SE CANSABA DE ENSEÑARME, SUS CANTOS LÍRICOS EN EL COCHE DE VUELTA A CASA ME ASOMBRABAN TANTO O MÁS COMO SUS RELATOS DE VIAJES INCREÍBLES, QUE REALIZÓ CON SU PARTICULAR FORMA DE COMUNICARSE TANTO EN INGLÉS, FRANCÉS O RUSO... MÍMICA QUE FUNCIONABA UFFFFF VAYA QUE SÍ. Y MIS GANAS DE ESTAR MÁS CERCA, MIS CELOS DE SU CARIÑO PUES ERA SIEMPRE MÁS PARA ELLOS. NECESITARÍA MILLONES DE FRASES PARA PLASMAR MIS RECUERDOS, SÓLO APLAUDIRLE DE NUEVO POR SER COMO ERA. ESPECIAL.

Tu nieta Marieta.

sábado, 22 de septiembre de 2007

De mi padre, recuerdo...

Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi padre como un hombre trabajador, honrado, autoritario, pero sobre todo, lo recuerdo como a un buen padre.

Tuvo tres hermanos; Francisco, que murió joven, Manolo y Jose. Los dos murieron antes que él.

Contaba que sólo tenía (al igual que sus hermanos) una camisa, y cuando le pedía a mi abuela que le comprara otra, ella le respondía que para qué quería otra si sólo tenía dos brazos. Decía que siempre le sobraría una.

Según me contaba, en su primer trabajo como pintor (que fue su oficio real durante toda su vida), empezó ganando una peseta, que fue corriendo con mucha alegría a entregarle a su madre; el fruto de su trabajo de una semana entera. Corría el año 1915.

Fue en casa de su patrono donde conoció a mi madre. Un buen día, estando en casa de mi abuela (ella consentía que mi padre entrara en casa sin que mi abuelo tuviera conocimiento de ello), se presentó éste a una hora fuera de lo habitual, así que lo escondieron debajo de una cama. Mi abuela, madre y tías (mi madre tenía 2 hermanas y 2 hermanos) trataron de hacer que el abuelo saliera de casa sin conseguirlo hasta una hora después, momento en que mi padre pudo, por fin, salir de debajo de aquella cama sano y salvo.

Durante el conflicto bélico entre españoles (1936-1939) lo destinaron a Murcia en la retaguardia.

El primer permiso lo tuvo en marzo del 37. Tres días antes compró 3 docenas de huevos y los hirvió. Compró serrín y los embaló para traerlos a Valencia sin que se estropearan. Vino tan flaco que mi hermana y yo al verlo no éramos capaces de reconocerlo. Mi hermana tenía 7 años y yo 5.

Procuró darnos la educación y alimentación según su economía, que no era muy boyante. Pero nunca nos faltó de nada.

Cuendo era pequeño (sobre 8 o 9 años) salía con mi abuela Dolores al centro de Valencia con una vaca (mi abuelo Francisco era labrador) y cuando llegábamos me dejaba hacer sonar el cencerro que llevaba el animal, que atraía a las mujeres con los cazillos lecheros. Mi abuela entonces ordeñaba la vaca para llenar de leche los cacharros.

Sobre los 18 años, acompañaba los fines de semana a mi abuelo (que tocaba muy bien la guitarra) buscando un público predispuesto. Al congregarlo la hacía sonar, y mi padre, que tenía muy buena voz, se arrancaba por bulerías, tanguillos y zarzuelas, para después, gorrilla en mano, pasear entre el público recogiendo algún dinero.

En una ocasión realizó unos trabajos extras de los que obtuvo un sobresueldo. Para celebrarlo compró jamón (de ese que sólo veíamos en los escaparates de las charcuterías) y nos puso 5 cortadas a cada uno. Cuando levaba comidas la mitad de ellas me puse a llorar. Mi padre me preguntó qué me pasaba y le respondí: ahora que puedo comer jamón no tengo más apetito. Fue algo que se le quedó grabado en la memoria para siempre.

Se quedó viudo a los 49 años y ya no se volvió a casar.


Tu hijo Ramón.

De mi padre, recuerdo...

Durante la guerra civil española, vivía arriba de casa un médico llamado Abelardo, cuya ideología política era de izquierdas. Se trataba de un hombre muy agradable, simpático y con mucha conversación.
Cuando terminó el conflícto bélico, vino la policía a detenerlo, y mi padre, junto con otros dos vecinos, fueron a testificar alegando que era una buena persona, incapaz de hacer daño a nadie, y que a las personas pobres (que eran muchas por aquel entonces) las visitaba sin cobrarles absolutamente nada.
El testimonio de mi padre, junto con el de varias personas más, sirvió para que dejaran al médico en libertad.

Recuerdo un domingo de misa, cercana ya la Navidad. En la homilía, el capellán sugirió que como buenos cristianos los feligreses que pudieran permitírselo invitaran a comer a alguna persona necesitada ese mismo día.
Conocíamos a una viuda que vivía casi en la miseria, y mi padre la invitó a comer en nuestra casa, aunque a ciertas personas no les pareció bien, pues nuestra economía era también más que precaria.

Tu hijo Ramón.

jueves, 20 de septiembre de 2007

De tí, yayo...

Recuerdo tu eterna alegría
Recuerdo tu permanente optimismo
Recuerdo tu inagotable energía
Recuerdo tu cabeza afeitada
Recuerdo tu predisposición a ayudar
Recuerdo tu silbato de entonar
Recuerdo tus carreras en invierno por el pasillo
Recuerdo tu paso ligero
Recuerdo tu presencia detrás de mí, observandome curioso, orgulloso
Recuerdo tus costumbres, casi obsesivas
Recuerdo tu habitación, con el buró que aún conservo con tanto cariño
Recuerdo tus tardes de futbol en TV compartidas
Recuerdo tus ¡y qué, y qué!
Recuerdo esas invitaciones a comer los domingos ‘de autoservicio’
Recuerdo ir de tu mano a mi primer partido de futbol en Mestalla
Recuerdo el paquete de pipas que me compraste para que no me mordiera las uñas
Recuerdo tus ánimos desde la banda en alguno de mis partidos
Recuerdo tu perfil a mi lado en el tablón de madera del circo
Recuerdo los viajes en que nos llevaste a descubrir ‘otros mundos’
Recuerdo tu protagonismo indiscutible en las excursiones del ‘Palleter’
Recuerdo tu mirada azul
Recuerdo que eras Tauro, como yo
Recuerdo muchas más cosas...

Y se te echa mucho de menos.

Tu nieto Jose.